Gastón Pavlovich, el productor que fue amenazado por los abogados de Scorsese
La rúbrica de Gastón Pavlovich garantiza los contratos más ambiciosos, aquellos que parecen casi imposibles. Aparece junto a las firmas de los inversionistas más suspicaces, los actores más difíciles y los cineastas más arriesgados, como Martin Scorsese a quien le produjo The Irishman .
Dicen los medios especializados, como Deadline, que con ella negoció para conseguir alrededor de 150 millones de dólares y financiar la nueva película del director, que es favorita para el Óscar sin haberse estrenado.
Ya lo avalaba su trabajo como productor de The Professor and the Madman (2019), con Sean Penn y Mel Gibson; Silence (2016), dirigida por el propio Scorsese y protagonizada por Adam Driver; A Hologram for the King (2016), con Tom Hanks; y Max Rose (2013), con Jerry Lewis. Firme de palabra, carácter y hasta en su apretón de manos, Gastón persevera. “Un verdadero productor es el responsable absoluto y final de cualquier proyecto de cine o televisión, de la A a la Z. Es el responsable creativo, financiero, legal, comercial, de todo”, señala en entrevista con Life and Style.
Este sonorense, nacido hace 50 años y forjado en Agua Prieta, se planta frente a directores, productores y la gente del dinero. Aguanta y dialoga hasta con los mismos abogados que alguna vez lo amenazaron, como los de Scorsese, quienes le dijeron que si no producía Silence, un proyecto que el estadounidense tenía trabado desde hacía dos décadas, se encargarían de que nunca volviera a trabajar en Hollywood.
Gastón negocia con el respeto y los conocimientos que aprendió en sus dos carreras —Relaciones Internacionales, con especialidad en Política Económica, y Negocios—, en su curso de Política Económica Internacional, en Francia, y en su maestría en Economía y su especialidad en Filosofía Antropológica. Sin embargo, su principal arma es el arrojo.
“Tuve abuelos legendariamente corajudos”, asegura Gastón, con su voz de caverna y su 1.81 metros de altura. “Uno, general, y otro, ganadero de rancho. Y yo no soy de mecha corta, sino de los que ni mecha tienen. Haber crecido en el norte, en Sonora, con gente de mucho carácter, con mi familia y mi educación, me dio los elementos necesarios para sentarme con quien sea y saber si me están engañando, si me quieren llevar al baile, si están siendo sinceros o si realmente existe la suficiente química para trabajar”.
La de Gastón Pavlovich, quien dejó la política por el cine, es una historia que también parte de una pluma y un papel. Pero su desarrollo tiene proporciones fílmicas, casi épicas. En este momento, su nombre en tinta sobre un contrato es el más poderoso entre los productores mexicanos de cine.
ABOVE AVERAGE
Gastón Pavlovich era un niño con un gusto por las películas un poco más desarrollado que el del resto de sus amigos. “Above average”, comenta. Le emocionó, por ejemplo, cuando abrieron el primer cine de Agua Prieta, Sonora. También le gustaba que los maestros de las dos escuelas primarias que cursó simultáneamente, una del lado mexicano y otra cruzando la frontera con Estados Unidos, en Douglas, Arizona, pusieran películas en clase para reforzar lo aprendido.
“Pero no pasaba de ahí, el cine no era mi sueño y nunca me imaginé en esto. O quizás hasta que, tomando un descanso en la universidad —mientras estudiaba en Francia—, me metí a un cine para ver Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, y pasó algo que no puedo explicar, como cuando algo te toca el alma de forma diferente. Era 1989. Salí del cine pensando: ‘Algún día tengo que crear una obra que le llegue a la gente de esa manera’”, recuerda.
Pasarían dos décadas antes de que viera cumplida esa promesa. Todavía le faltaba estudiar dos carreras a la vez, Relaciones Internacionales y Negocios, ambas en la Universidad de San Diego, y un curso en Política Económica Internacional en el Institut du Aix-en-Provence, en Francia, en donde, afirma, fue reconocido por el alcalde de la ciudad por ser el mejor de su generación. También le quedaba pendiente su maestría en Economía por la Universidad Anáhuac y la especialidad en Filosofía Antropológica en el Instituto de Estudios Superiores de Roma. Sobre todo, a Gastón le faltaba tomar una pluma Bic y soltar tinta en un cuaderno Scribe que todavía conserva. En ese cuaderno llenó 15 hojas con una historia que, dice, le vino del cielo.
“Escribí una especie de novelita sobre la historia de mis abuelos, pensando que nada más iba a ser un homenaje. Los dos acababan de fallecer. Pero, entre más escribía, recorría las imágenes en mi cabeza y pensaba: ‘Esto es una película’. El hecho de imaginarla y querer llevarla a la pantalla fue un proceso natural. Pero no lo fue tanto el saber cómo conseguirlo. No estudié cine, entonces tuve que tocar puertas y contactar a amigos que trabajaban en el ámbito de la comunicación. Seis años después, estrenaba El estudiante (2009), mi primera producción”.
Esta cinta es el retrato de un hombre de 70 años que se inscribe en la universidad para cursar la carrera de Literatura. En ella, las brechas generacionales quedan difuminadas gracias la lectura de Don Quijote de la Mancha, referencia directa al abuelo de Pavlovich y el santuario de este, una biblioteca que albergaba obras de Víctor Hugo, Fiódor Dostoyevski, y por supuesto, Miguel de Cervantes.
“Mi abuelo era un hombre muy letrado de Agua Prieta porque era general del ejército mexicano y, además, médico. Tenía una biblioteca preciosa en su casa. Para mí, entrar ahí era como transportarme a otra dimensión”.
El estudiante rompió todos los esquemas de Gastón. Lo obvio es decir que, gracias a ella, se dedicó a la producción cinematográfica y, siendo justos, se convirtió en el productor mexicano más influyente de la actualidad. Pero el camino fue más complicado. Para él, de inicio, representó romper con la política y la gestión pública, a las que se dedicaba en ese momento.
Como funcionario había trabajado en la Cámara de Diputados, como coordinador de asesores en la Presidencia de Felipe Calderón y en secretarías estatales. También fue subdirector de Transformación Social y Cultural de Pemex, durante el sexenio de Vicente Fox. No obstante, fue en la gira nacional que hizo con El estudiante, en distintas poblaciones, especialmente del norte del país, donde sintió un fuerte vínculo con la gente.
“Cuando llegaba a una localidad como político, lo que percibía era suspicacia y falta de confianza, en el mejor de los casos; en el peor, lodo. Cuando iba como productor de El estudiante veía admiración, ternura, conexión de corazón a corazón. Era muy evidente. Tardé un par de años en decidirme, pero un día dije: ‘¿Por qué seguir en un camino en el que no me encuentro cómodo y no en este otro donde realmente conecto con la gente, mucho más que con la política?”.
Tras comparar lo que en promedio sucedía en la industria fílmica del país con la buena corrida comercial y las ganancias de su cinta, Gastón cambió de giro. La ecuación, para él, fue fácil de resolver: empatía más inteligencia resulta en un buen negocio.
“Para contar una buena historia, para poder transmitirla, la clave es la simple y sencilla experiencia de vida, que alguien en verdad tenga experiencias fuertes, momentos buenos y bonitos, extraordinarios. Eso te enseña a tocar al ser humano, saber qué le causa miseria o alegría”, comenta.
Tirada su nueva flecha profesional, llegó con su filme bajo el brazo al Chicago Latino Film Festival, donde conoció a Daniel Noah, un joven director con inquietudes similares a las suyas, quien le pidió que le produjera una película. Así, en 2013, llegó su segundo proyecto, Max Rose, que lo llevaría al Festival Internacional de Cine de Cannes.
La figura ligeramente encorvada de Jerry Lewis apareció en la alfombra roja del Palais des Festivals durante la edición número 66 del certamen fílmico más importante del mundo. Llegaba con el cabello blanquecino, enorme sonrisa y 18 años de no aparecer en pantalla grande, desde su protagónico en Funny Bones (1995).
¿Quién había sacado al histrión de su retiro fílmico? ¿Quién se atrevió a hacer una película con un protagonista de edad tan avanzada? ¿Quién era el productor de Max Rose? Estas preguntas se escucharon entre los jugadores de la industria cuando Pavlovich llegó al puerto francés.
“Eso me generó oportunidades. En Cannes, después de presentar la película, nos fuimos a un bar. Ahí, se me acercó alguien a decirme: ‘Soy el agente de Tom Hanks, quien tiene tiempo queriendo hacer un película, pero los estudios no la hacen. Estamos buscando productores, ¿te interesa platicar sobre el tema?’”.
Un trago y un apretón de manos derivaron en A Hologram for the King (2016), filme independiente rodado en Marruecos, con Hanks en el papel principal. Ese día, Gastón confirmó que se trataba de un productor arriesgado, atrevido, de esos que pueden, entre otras cosas, manejar a su forma el poder.
GOODFELLAS DE CARNE Y HUESO
Gastón Pavlovich describe a los abogados de Martin Scorsese como italoamericanos serios, a los que no les gustan los rodeos: “Como los personajes de Goodfellas”, compara Gastón, en alusión a la icónica película de Scorsese sobre la mafia. Ellos lo buscaron cuando su nombre empezó a sonar, entre productores y cineastas, como el de alguien con valentía.
Le contaron que su cliente llevaba casi tres décadas queriendo realizar Silence y que ya dos productores habían abandonado el proyecto. Pero, sobre todo, querían que tomara una decisión irrevocable sobre una película nada fácil y de poco interés comercial, pues trataba sobre evangelizadores jesuitas en el Japón del siglo XVII.
“Me dijeron: ‘Si aceptas, eres productor de Silence, pero, antes de que celebres, te vamos a decir algo muy claro: tenemos 28 años queriendo hacer la película, ya van dos productores que no pudieron y Scorsese no tiene tiempo. Si logras producirla, te va a apoyar y a premiar. Pero si le fallas y le sueltas el proyecto, ten muy claro que no vas a trabajar en Hollywood en tu vida. Nosotros nos vamos a encargar de eso. Toma tu decisión’”, cuenta.
A Gastón se le pregunta si esa experiencia no fue un punto de quiebre, si valía la pena tentar a la suerte. “Sin la menor duda. Muchas cosas se definieron en ese momento. La noche anterior, yo había cenado con Scorsese. Me llevó a su casa, me presentó a su familia, hubo una maravillosa conversación de madurez e inteligencia. Y no solo del proyecto, sino de la vida. Martin escarbaba para ver quién soy y mis creencias. Me preguntaba sobre mi relación con Dios y el cine”.
Estrenada en 2016 y producida por Pavlovich, Silence recaudó casi 24 millones de dólares en taquilla, según Box Office Mojo, y el mexicano Rodrigo Prieto fue nominado al Óscar en la categoría de mejor fotografía. Gastón, por su parte, tuvo dos premios: el primero, experiencia; el segundo, la oportunidad de producir The Irishman, la nueva cinta de Scorsese, protagonizada por Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci, un thriller de gánsteres basado en la novela I Heard You Paint Houses, de Charles Brandt.
Este filme, aún sin fecha de estreno definido, pero que suena como la apuesta de Netflix para el Óscar, representaba un reto mayúsculo. Gastón debía convencer a De Niro —dueño de los derechos— de que se hiciera la película. Y también conseguir una inversión estimada por la prensa internacional en al menos 150 millones de dólares.
“Batallé más para conseguir el dinero de Silence, porque ahí no llegó Netflix (distribuidora y ahora productora) al rescate. The Irishman es un película de otras dimensiones. Recientemente, leí que el presupuesto superó los 200 millones de dólares. Hay muchas versiones. Solo Netflix sabe cuánto ha costado al final; sé en cuanto le dimos a Netflix la película, pero ya ha pasado el tiempo y ahora son otras cifras”.
Enumerar todos los problemas a los que puede enfrentarse Gastón es abrumador. “Si implica una confrontación entre director y productor para que no se exceda el presupuesto, es mi responsabilidad. Si hay que controlar a un actor o una actriz que no quiere alinearse al guion o la historia, por cualquier razón, y si el director no puede solucionarlo, el productor es quien debe tomar las decisiones”, señala.
La lista sigue: posproducción, comercialización, conflictos legales... pero nada lo desanima. Gastón tiene mucha fuerza en su mano para cerrar tratos y mucha tinta en sus plumas para firmar proyectos.
“Quiero seguir produciendo esas historias, grandes o pequeñas, que puedan conectar con la audiencia. Voy a producir películas en otros idiomas que no sean español o inglés; me voy a meter a Europa y Asia porque ya conozco mejor el mercado. En pocas palabras, voy a hacer de Fábrica de Cine [su productora] una empresa mucho más global”, asegura.