Alfonso Cuarón comparte secretos detrás de ‘Roma’
Con los dedos de la mano, Alfonso Cuarón formaba un círculo que se llevaba al ojo derecho para ver a través de él y, como si fuera la lente de la cámara, seguir la trayectoria de su juguete de plástico, un movimiento que repetiría incontables veces hasta ganar el Óscar.
“Cerraba un ojo y con el otro veía mi avión, como si fuera el encuadre. Hacía una especie de corte y me iba a otro ángulo del avión. Y sí, tenía mi historia, pero me recuerdo más cambiando planos”, dice Cuarón a Life and Style , al recordar su infancia.
En esa época, a principios de los años 70, Alfonso era –aunque no lo sabía– un cineasta en ciernes que jugaba en una casa de la colonia Roma, bajo el cuidado de su nana Libo. Ella lo formaría emocionalmente y, también sin saberlo, sería el punto de partida de Roma , la película más íntima del mexicano y que se perfila como la candidata más fuerte a obtener el Óscar como 'Mejor Película Extranjera' por las críticas positivas recibidas en los festivales de Venecia –donde ganó el León de Oro–, Toronto, Telluride y Nueva York.
En Roma, Alfonso formó una vez más un círculo con la mano para hacer un homenaje a su nana Libo, quien fue testigo de cómo aquel niño que jugaba a los soldados y veía las historias de sus tropas de plástico desde el punto de vista de la tercera persona, empezaba a tomarse muy en serio ese otro juego llamado cine. “En esa época, casi no había programas televisivos de making-off’”, recuerda Cuarón, “pero sí vi uno de Butch Cassidy and the Sundance Kid que me impresionó mucho. Ahí vi todos los trucos detrás de la filmación para lograr una escena. Eso reafirmó mi deseo y dije: ‘Eso es lo que quiero hacer’”.
Desde entonces, contar historias dejó de ser un simple pasatiempo. Por cuestiones de austeridad, empleó su primera cámara, una Super 8 Minolta, como un juguete, pero ya con un sentido.
“Los rollos eran muy caros. No filmaba mucho, pero filmaba con la mente. Ponía a actuar a mis hermanos y yo los filmaba con la cámara, pero sin el rollo puesto. Seguramente, obras maestras quedaron filmadas sin rollo: mis mejores películas , sin duda”, asegura Alfonso, con seriedad.
Muchas de esas escenas rodadas en la memoria, con su familia, son las que ahora Cuarón retrata en formato digital, sin necesidad de rollos, en Roma, película que ha sido catalogada por la BBC, The Guardian, Vanity Fair y muchos otros medios especializados, como una obra maestra.
Carta de amor
Roma es la cinta más antigua de su filmografía en términos emocionales. Lleva años pensándola. La historia que hoy cuenta en blanco y negro se sembró en Alfonso Cuarón a sus nueve meses, cuando Liboria Rodríguez, a quien de cariño llama Libo, recorrió los 344 kilómetros que separan su natal Tepelmeme, Oaxaca, de la Ciudad de México y llegó a la colonia Roma para convertirse en su nana.
Tan intensa fue la conexión formada entre estas dos almas, que hasta hoy -—Cuarón tiene 56 años— siguen en contacto. “Esta mujer, en la vida real, es de las personas que más amo”, confiesa el director. “Ella me contaba sus historias de cuándo era niña. Cotejé una realidad que era la mía contra la suya, que no tenían nada que ver. Algo que me intrigó fue cómo dos personas de realidades tan distintas y sin ningún lazo de sangre, podían formar los lazos afectivos más profundos que pudiera tener alguien en la vida”.
De pronto, Alfonso adivinó en su vínculo con Libo un guión cinematográfico. Ubicó la historia en el México de la década de los 70 que le tocó vivir y en la represión gubernamental existente. Aterrizó el proyecto y armó un equipo congruente con su visión: todos mexicanos, todo local, pero con la experiencia y la tecnología que había adoptado para realizar Harry Potter and the Prisoner of Azkaban, Children of Men y Gravity.
Envió un equipo de casting a Oaxaca y en la comunidad de Tlaxiaco, municipio ubicado a poco más de 100 kilómetros de Tepelmeme, encontró a Yalitza Aparicio, una maestra recién graduada que nunca antes en su vida había actuado.
“La verdad, no sabía quién era Alfonso. Cuando la productora nos dio el nombre del director, investigué y vi fotos para poderlo reconocer. Hasta después entendí toda la experiencia que él tenía. Alfonso tiene una gran calidad humana. Te brinda tranquilidad y confianza, como si fuera tu amigo de hace tiempo”, explica Yalitza.