'The Shape of Water', la gran película de Guillermo del Toro con mensaje de amor
A lo largo de su carrera, Guillermo del Toro ha recurrido a la fantasía, la guerra y los monstruos para construir representaciones alegóricas acerca del comportamiento humano y manifestarse en contra del racismo, la intolerancia, el acoso, la violencia y la incomprensión.
De su filmografía como director, sus tres obras más poderosas manifiestan -de una manera fantástica, por momentos trágica y siempre poética- dichos elementos en una mezcla de horror/fascinación que no sólo las han llevado a ganar múltiples premios o la aceptación de la crítica, sino que -como a todo gran artista- lo han ayudado a exorcizar demonios internos, manifestar su preocupación por el estado de las cosas y, como el mismo lo ha manifestado, a salvar su vida literal y metafóricamente.
De esos tres filmes ('El Espinazo del diablo', 2001; 'El Laberinto del Fauno', 2006; y 'La Forma del Agua, 2017'), este último representa no sólo su obra más trascendente, en la que deja de manifiesto todas y cada una de sus pasiones tanto personales como fílmicas, sino a un cineasta en completo dominio de su arte y, por curioso que parezca, a un eterno romántico.
Prueba de ello no son sólo los premios que ha obtenido el tapatío con su filme (León de Oro en Venecia a Mejor Película, Mejor Director en los Globos de Oro, entre otros), sino el reconocimiento de una industria (Hollywood y el cine en general) que 'El Gordo' -como cariñosamente lo conocemos en el medio- se ha ganado a base de trabajo, talento y, sobre todo, una sencillez y sentido de humanidad que lo ha mantenido con los pies en la Tierra desde siempre.
' La Forma del Agua ' (The Shape of Water, 2017) podría ser descrita como una fábula romántica para adultos o de muchas otras maneras, pero convencional no es. Y ahí radica, de entrada, su valor e importancia, al grado que ha sido alabada por personalidades del calibre de Stephen King, Jon Favreau, Vincent D’Onofrio, Ron Howard, Mark Hamill o Kevin Smith, por citar algunos cuantos.
Surgida de una plática entre Del Toro y el autor estadounidense Daniel Kraus –que el primero después desarrolló en forma de guión junto a Vanessa Taylor (Divergente, Game of Thrones)-, la cinta recurre al principio básico del cine, la imagen, para narrar la historia de tres personajes principales que representan al “otro”, al marginado, al despreciado por la sociedad debido a su condición, preferencia, raza o cultura.
El principal es Elisa (Sally Hawkins), una mujer muda que trabaja como conserje en una instalación militar de Baltimore en 1962, quien inicia una relación basada en la comunicación no verbal con una extraña criatura submarina (Doug Jones) secuestrada del Amazonas y que los gobiernos estadounidense (a través del villano de la historia, el Coronel Strickland, interpretado por Michael Shannon) y soviético quieren tener en su posesión para descubrir sus secretos y poderlos aplicar, de alguna manera, en la carrera espacial. El tercero es Giles, vecino de Elisa, gay y la única persona con la que en realidad ésta tiene una relación muy parecida a la de padre-hija.
La trascendencia del filme radica en que si bien su trama está ubicada en el contexto de la Guerra Fría, su resonancia es completamente actual. En una era en la que cualquier persona que es diferentes es menospreciada y agredida a diestra y siniestra, particularmente por una figura de poder como el actual presidente estadounidense, el mensaje enviado por Del Toro va más allá y apela a la parte humana más pura de la audiencia a través del personaje de Elisa, quien es tan falible como cualquiera pero que, a su vez, es capaz de ver al otro (en este caso la criatura) como lo que es en el interior, más allá de su aspecto.
Y no sólo eso, sino que es capaz de sentir amor real por él, con todo lo que esto implica: angustia, admiración y, sí, sexo. Del Toro logra una de las secuencias eróticas más extrañas -y al mismo tiempo más encantadora, inocente y romántica- en la historia del cine, haciendo alusión a todas esas historias del folclore o la mitología en las que sirenas, faunos, ángeles y un largo etcétera se unen, en más de un sentido, a los humanos.
En este sentido y por extraño que parezca, la relación de Elisa y la criatura es quizá una de las más puras que pueda haber, pues no tiene necesidad de palabras. Simplemente son las emociones proyectadas y el reflejo de los deseos, las necesidades y las bondades de uno en el otro lo que une a esta singular pareja.
Un elemento clave que cohesiona y le da una gran parte del sentido emocional a la historia es la música , que representa una parte fundamental en la trama, pues es a través de ésta como inicialmente inicia la relación de los protagonistas.
'La Forma del Agua' es, por mucho, la película más musical de Del Toro, quien recurre a una exquisita elección de canciones a las que se suma uno de los scores más finos y elegantes que ha dado el cine en años, a cargo de Alexandre Desplat, cuyo trabajo toma literalmente las imágenes y las transforma en algo casi onírico. Así de ese calibre es el trabajo del francés.
Con claras referencias y homenajes a filmes como 'Cinema Paradiso', 'E.T.', los musicales de Fred Astaire y Ginger Rogers y, por supuesto, 'Creature From The Black Lagoon', entre otros, además de una sublime actuación de Hawkins y del resto del elenco, Del Toro logra no sólo su obra más fina y en la que plasma sus amores más grandes, sino un inolvidable cuento de hadas para adultos lleno de humanidad, con un mensaje de comprensión y empatía, además de algo que muy pocos pueden presumir: superar su obra maestra, que era 'El Laberinto del Fauno'.
Humor, empatía, misterio, romance, sexo y prácticamente cualquier emoción humana es lo que plasma Del Toro en su filme a través de su princesa sin voz, con la que deja en claro que el amor es capaz de trascender fronteras, razas, especies, épocas y que se puede manifestar de diversas formas, incluida, sí, la forma del agua. Simplemente inolvidable.