Fuimos a ver 'Dunkirk' y nos voló la cabeza
Es necesario empezar así, con una declaración categórica: Dunkirk es hasta el momento la mejor película de Christopher Nolan.
El director inglés logra transmitir, en pocos minutos y como pocos cineastas, la desesperación y miedo de la guerra, eso que sintieron los soldados ingleses que quedaron varados en Dunkerque, Francia, durante la Segunda Guerra Mundial.
En su primera secuencia de este filme, el cineasta de Inception, Interstellar y la trilogía de Batman, plasma en la pantalla el horror que sintieron esos jóvenes soldados que hicieron todo por sobrevivir ante el embate de los alemanes, quienes los tenían sitiados en la playa como blancos fáciles porque simplemente no había suficientes barcos ingleses para rescatar a 400 mil militares.
Al principio, la cámara sigue a Tommy, muy bien interpretado por el novato Fionn Whitehead, huyendo de las balas enemigas y después esquivando fuego amigo, hasta que llega a la playa. Es esta escena, Nolan retrata con tomas panorámicas la inminencia de la muerte a la que se enfrentan esos jóvenes, pues se ven cientos formados sobre la arena esperando a ser recatados mientas a lo lejos aparecen sólo unos cuantos e insuficientes barcos.
Los aviones alemanes empiezan a disparar sobre la playa y cuerpos vuelan destrozados: Tommy se tira al suelo y es aquí donde el director retrata cómo el azar importa, porque dicta quién permanece con vida: Nolan pone la cámara a nivel de piso —en primer plano está Tommy cubriéndose, inútilmente, la cabeza con las manos— y empiezan caer bombas acercándose una a una al personaje principal y todo es caos y destrucción.
Sin embargo, más allá de la construcción de esta brillante secuencia inicial y de la complicada coreografía cinematográfica a lo largo de toda película —pues Nolan filma en el aire, en la tierra y en el agua— hay que destacar que esta película cumple con la premisa de que menos es más. El guión, también escrito por Nolan, es minimalista: el primer diálogo de los personajes principales acontece alrededor del minuto veinte y el resto de la película es así y funciona perfectamente.
En este filme, como en el buen cine, los personaje no son lo que dicen, son lo que hacen. No hizo falta escucharlos hablar sobre sus familias o sobre las mujeres enamoradas que los esperan en casa para que el espectador sienta una fuerte empatía con esos soldados y les importe nerviosamente que sobrevivan. Hubiera sido fácil incluso recurrir al cliché de mostrar cómo uno de ellos contempla la foto de su pareja que acaba de sacar de la cartera. No fue necesario ese lugar común de las películas de guerra porque el buen libreto materializa perfectamente el miedo al demostrar a los soldados rompiendo los códigos éticos y morales con tal de llegar a la costa inglesa con vida.
Estelarizada también por Mark Rylance, Kenneth Branagh, Cillian Murphy y Tom Hardy, quien encarna a un estoico piloto de aviones, todos los jóvenes actores —hasta Harry Styles, el cantante de One Direction— logran sólidas actuaciones; se nota la dirección de Nolan y la madera de estos actores en el drama contenido en los ojos y expresiones de sus personajes. Su reto histriónico fue casi completamente físico.
Otro punto a favor es que al estar basada en un hecho histórico, Nolan entrega un filme que evita ser patriotero. Ya lo descubrirán cuando vean lo que acontece en uno de esos tantos barcos de civiles que fueron a Dunkerque para salvar a sus soldados. Hay a través del militar interpretado por Cillian Murphy (lo recordarán como el Espantapájaros de Batman o el protagonista de Exterminio), un mensaje entre líneas de que no todos los que volvieron fueron héroes de guerra, esa misma crítica está presente en la escena en la que dentro de un barco varios soldados esperan a que la marea suba para huir de ese caos bélico.
Con Dunkirk, película que se aconseja ver en formato IMAX, Nolan conquista un espacio merecido entre los grandes directores y no hay duda de que él es la verdadera estrella de la película.