Martin Scorsese tiene un amor entrañable por Nueva York, no sólo le interesan las fachadas y sus rascacielos, sino su gente, sus locuras, sus partes más oscuras y escabrosas, porque al igual que Woody Allen o Spike Lee –directores de cine también enamorados de la Gran Manzana– , sabe que para habitar esta ciudad es necesario hacerla cine.
El thriller Mean Streets (1973) es un intenso homenaje a la Pequeña Italia, ese breve y pintoresco enclave entre Spring Street y el Bowery, con sus tiendas de ultramarinos y sus fondas, con sus expendios de cannoli (el dulce típico de Sicilia) y sus tabernas, territorio que la cámara de Kent L. Wakeford convierte casi en una isla dentro de la isla.
Las cintas de Scorsese contienen el mensaje oculto de que para entender a Nueva York hay que desentrañar su temperamento, un ánimo voluble entre calle y calle. Eso es lo que piensan Travis Bickle (Robert De Niro) en Taxi Driver (1976); el saxofonista Jimmy Doyle (Robert De Niro) y la cantante Francine Evans (Liza Minnelli) en New York, New York (1977), la dramática historia de amor ambientada al término de la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, el film absoluto de la Gran Manzana tal vez sea Pandillas de Nueva York (2002), donde Martin Scorsese mostró la evolución, los cambios y el progreso de los distritos de Manhattan, una urbe que con los años se fue expandiendo hasta Harlem y el Bronx, jurisdicciones que construyeron poco a poco su propia identidad.