¿Por qué Bruce Springsteen ama tanto los coches?
“Tinker me dijo: ‘no puedo seguir conduciendo, Es tu turno’. Yo respondí: ‘sabes que no sé conducir’”.
Poco le importó al surfista Carl ‘Tinker’ West que Bruce Springsteen jamás hubiera tomado el volante en su vida. Por un error de cálculo, Tinker, su perra J.T. y el músico debían recorrer, en diciembre de 1970, cinco mil kilómetros en tres días para llegar de Nueva Jersey a California para dar un concierto con Steel Mill, la banda de Bruce.
“Así, me puse al volante de aquella monstruosa antigüedad —una camioneta Ford de 1940— que recordaba el camión de El salario del miedo, de Clouzot... lo que siguió fue algo espantoso: el brutal chirrido de las anticuadas marchas y unos volantazos que llevaban el camión de lado a lado del carril. En cuanto nos dimos cuenta de que era imposible que arrancara desde punto muerto, decidimos que Tinker pusiera la primera marcha, el camión empezaría a rodar y nos cambiaríamos de asiento. Yo conducía fatal. Tuvimos suerte de no matarnos”, cuenta ‘El Jefe’ en su autobiografía Born to Run, acerca del día que aprendió, a los 20 años, a manejar.
Aquel día, Springsteen dio un paso en su relación con los coches, personajes indiscutibles de sus canciones, sus portadas y su garaje. Pero, en realidad, su historia con los automóviles comienza a mediados de los 50, cuando sus tías irlandesas, religiosas hasta la médula, murmuraban oraciones mientras caían rayos y truenos del cielo. Entre plegarias, contaban fatalidades producidas por las tormentas eléctricas, asegurando que el coche, por el aislamiento de las llantas sobre el suelo, era el lugar más seguro. Así, Springsteen encontró en el Rambler 56 de su padre una coraza. De ahí, temas como ‘Thunder Road’, de Born to Run (1975), ‘Used Cars’ y ‘Stolen Car’, de Nebraska (1982), o ‘Cadillac Ranch’, de The River (1980), en la que, además, expresa su amor por su auto preferido (“ahí va —el Cadillac— rompiendo la carretera, como un viejo dinosaurio”), mismo que lo atropelló a los 17 años (un modelo del 63), al conducir su moto Yamaha.
En ese mismo Rambler 56, Bruce encontró su gran diversión de fin de semana —“En mi infancia, nuestro gran paseo era recorrer el pueblo con las ventanillas abiertas hasta Asbury Park”— y, de paso, sus primeras pasiones alrededor de la música, cortesía del placer de su madre, quien solía hacerse cargo de la radio con temas de The Coasters, The Olympics y Elvis Presley, su primer ídolo musical. Fue en un coche en el que decidió ser El Jefe y, curiosamente, fue en un centro de venta de autopartes —Western Auto— donde conseguiría, por 18 dólares, su primera guitarra —“Un viejo cacharro color marrón, perdido entre ventiladores...”.
“Mi coche era mi cápsula del tiempo. Cuando conducía por mi pueblo, Freehold, jamás abandonaba su interior. Ahí experimentaba regresar a mis raíces”, cuenta Bruce sobre ‘Last to Die’, de Magic (2007), canción en la que el coche se convierte en una máquina para sentarse a reflexionar. Una idea que sirvió para crear canciones como ‘Racing in the Street’ —“I got a 69 Chevy with a 396 Fuelie heads and a Hurst on the floor”, cantaba— o ‘Something in the Night’, de Darkness in the Edge of Town (1978) —“I’m riding down Kingsley. Figuring I’ll get a drink. Turn the radio up loud so I don’t have to think”—, dando paso a la categoría car songs, reforzada por Bruce al usar coches en las portadas de Nebraska, Tunnel of Love, Lucky Town y The Promise.
“Yo nunca sería Woody Guthrie, me gusta demasiado el Cadillac rosa”, escribe Springsteen en sus memorias, consciente de que su gusto por los coches es una contradicción constante con su activismo político. Primero, fue un Chevrolet Bel-Air de 1957, que compró con el adelanto de su primer disco, Greetings from Asbury Park, N.J. (1973). Después, su mítico Corvette del 60 y una camioneta Chevrolet C-10 del 70, gracias al éxito de Born to Run (1975). Tras el éxito de la gira de presentación de su quinto disco, The River (1980), llegó a su puerta un Chevy Z28 Camaro, de 1982, por el cual pagó, muy a su pesar, 10,000 dólares. A este se sumó, tras la salida de su disco más oscuro, Nebraska (1982), un Ford Xl color verde del 69, con un techo descapotable blanco, y una motocicleta Triumph Trophy del 69, cortesía de su gran compañero de carretera, su amigo Matt Delia —“Con Matt, he recorrido la carretera. Él es mi Dean Moriarty (personaje de la novela On the Road, de Jack Kerouac, basado en el ícono de la generación Beat, Neal Cassady). Él fue mi gran recurso en el mundo de la libertad automotriz”—. Al final, llegó un regalo del cantante Gary U.S. Bonds, quien para agradecerle el éxito de ‘This Little Girl’, compuesta por Bruce, le regaló un Impala convertible del 63.
“Confieso que la canción ‘The River’ nació en un Cadillac. Escuchaba ‘My Bucket’s Got a Hole in It’, de Hank Williams. Me detuve. Escuché un verso y nació...”. Así de simple. Springsteen se sube a un coche. Toma la carretera y lo que sigue es una canción. Lo que sigue es una car song.
La prueba de un Jefe, es decir, de El Jefe.