¿Puede el humor salvarnos de Trump?
La cámara, como imitando el movimiento de apertura de El ciudadano Kane, entra por la Casa Blanca y llega a la oficina Oval. Ahí, sentado y temblando, con su cuerpo fuera de control (y con la boquita bien parada) aparece el llamado engendro naranja: Mr. Donald Trump. Pregunta a su ayudante David por su hija Ivanka y su esposo Jared. Al enterarse de que ya no están en la casa (y con un remate, entremedio, de un chiste sobre judíos), decide que es momento de dejar atrás su buen comportamiento y dar paso al verdadero Trump.
Ahí, entra en escena su estratega y publicista, Steve Bannon. Vestido como la muerte y charrasqueando los dedos, incita y seduce a Donald. “Tuve un día muy largo, Steve. Estoy cansado y creo que necesito acabar con alguien”. Él lo apoya y le aconseja que llame a presidentes de otros países para dejar las cosas en claro. El primero es el primer ministro de Australia, Malcolm Turnbull, a quien termina con amenazar con una probable guerra tras discutir sobre inmigración. Le cuelga el teléfono (tras un “America first, Australia sucks”) y la siguiente víctima es el presidente de México, Enrique Peña Nieto. “Hola, presidente Nieto (a quien antes había llamado Mr. Guacamole). El tipo que dice “¿qué?” pagará por el muro...”. Peña Nieto, interpretado por Alex Moffat, entiende la broma y no le sigue el juego. Trump lo amenaza con la guerra y le cuelga.
A esa llamada le sigue una a la canciller de Alemania, Angela Merkel, para regresar de nuevo con Peña Nieto, solicitándole el número de la tarjeta de crédito de México, ya que Enrique se ha ganado un viaje a Hawai. Peña ríe y Trump vuelve a colgar, concluyendo su juego con una llamada al dictador de Zimbabwe, Robert Mugabe, quien lo amenaza y es él quien le cuelga el teléfono. Trump termina insatisfecho y le cede su silla a Steve Bannon (President Bannon, lo llama) y tras seis minutos con treinta segundos, el sketch llega a su final para dar paso al tradicional “En vivo desde Nueva York, ¡es Saturday Night Live!”.
“La mayor crítica y la más audaz para la nueva administración viene de Saturday Night Live (SNL). De la forma más prehistórica del humor estadounidense: el sketch. Con esta arma, el show ha recuperado toda su credibilidad y su audiencia. Es un tipo de comedia que responde a sus tiempos con el mismo formato de siempre; que se adecua perfectamente a la personalidad de Trump”, dice Daniel D’Addario, periodista de Time Magazine, quien se ha encargado de dar seguimiento a la relación entre SNL y Trump, centrando su análisis en la fuerza del sketch como una arma de improvisación, la cual sirve como una auténtica voz del pueblo; es decir, un regreso al vodevil y al teatro de variedad (esenciales para entender el humor estadounidense) en plena era del ‘meme’, colocando sus sketches (como el reseñado del pasado 4 de febrero, de título Oval Office Cold Open ) a la altura de otros históricos, como el realizado, en 1969, por los Monthy Python sobre un pájaro muerto y una tienda de mascotas, titulado Dead Parrot ; o el mostrado en SNL, en 1975, bajo el título de Samurai Hotel , en el que John Belushi parodia la cultura del kung-fu.
“SNL funciona hoy ya que entendió cómo usar las propias armas de Trump a su favor: irreverencia y caricaturización. El show hoy es acerca de la personalidad, no de la política. La imagen de Donald es el valor agregado y los guionistas lo están reinventando cada semana”, continúa D’Addario, dejando en claro que elegir la personalidad por encima de la política ha sido el gran éxito de SNL para construirse como ese lugar de resistencia que abre una pregunta: ¿es el humor la fortaleza contra el poder?
EL PODER DE LA RISA
El humor es todo aquello que nos hace reír. Según los científicos Matthew Gervais y David Sloan, en su estudio The Evolution and Functions of Laughter and Humor: a Synthetic Approach (2005), su evolución ha ido de la mano del progreso físico del ser humano y de su formación social. Para ellos, el salto de la risa al humor sólo pudo ser dominado por el homo sapiens porque la evolución intelectual llevó a nuestros antepasados a controlar los músculos de la boca, pero, además, los llevó a la comprensión de su contexto cultural, religioso y social, funcionando como pautas para definir lo que era o no gracioso.
De ahí, de acuerdo con Gervais y Sloan, viene otra etapa y nace una segunda risa: la risa voluntaria. Aquella provocada intencionalmente y que busca suavizar, manipular, ridiculizar o festejar. Así, reírse pasó de ser la respuesta a situaciones incongruentes a un “arma”, que, como dicen los autores, es utilizada a favor de la sociedad.
El psicólogo español Garanto Alós, en su libro Psicología del humor, explica el humor como “esa tonalidad anímica... esa atmósfera suspensiva desde la que el hombre afronta equilibradamente la realidad de la vida, tanto si esa realidad se inclina o polariza hacia lo trágico, lo pesimista, lo depresivo, como si lo hace hacia posturas eufóricas, excesivamente optimistas”.
Es decir, el humor es un contraste entre un hecho y su contexto. Un acto que, en los últimos 20 años, se ha vuelto un asunto muy serio (es la línea de estudio del humor de los filósofos Antonio Negri y Michael Hardt) llegando a afirmarse que la risa es la respuesta más adecuada ante la arrogancia del poder y la manera más efectiva de darle cara a la debilidad; una postura similar a la del neurólogo Scott Weems en su libro Ja: La ciencia de cuando reímos y por qué quien encuentra en la risa “la respuesta natural al conflicto y la confusión. Una salida de la mente al atascarse en su propia complejidad y un mecanismo de pugna cuya principal búsqueda es encontrar el canal ideal para manejar el conflicto”.
Utilicemos un ejemplo para entender este poder: en una cárcel cualquiera, un preso amanece un lunes con la certeza de que será colgado en la horca en un par de horas y, ante esa situación, el sentenciado a muerte exclama: “¡Qué bonita forma de empezar la semana!”. Este ejemplo, de acuerdo con el psicoanalista Sigmund Freud, es la forma del reo de rebelarse ante su realidad. En su escrito El humor (1928), Freud detalla que esa representación de aparente resignación (que, irónicamente, puede sacar una amarga carcajada) es el triunfo del placer sobre las cosas que no se pueden cambiar, se goza del comentario porque es intrépido y rebelde, y es una fuente de valentía y resistencia. Con esta herramienta, se accedió a la posibilidad de remover las censuras que se han impuesto culturalmente… Conclusión: el chiste es una fuente de poder que, como Freud afirmó años después de su publicación, libera las presiones de reprimir el impulso de ser agresivo. Sin duda, una especie de terapia para las audiencias.
Esta explicación es retomada por el profesor estadounidense de ciencia política, David L. Paletz, quien no duda en afirmar que la autoridad, específicamente en la política, es una fuente perpetua de humor, pero ¿qué tienen los presidentes, diputados, senadores o cualquier político, independientemente de su rango, que nos alimentan invariablemente la dosis de carcajadas para sobrellevar la vida cotidiana?
Paletz dice que están hechos con un molde que no falla: son imperfectos, egocéntricos, corruptos en algún grado, tendientes a los escándalos y a las equivocaciones; algunos ineptos desde el inicio de su mandato, además de que muchos tienen ideas y políticas públicas imposibles de ejecutar. El sociólogo expresa que el humor es anarquía, es subversivo porque desprecia y abusa de las figuras respetadas y de las instituciones más apreciadas. El humor, dice, hace sentir a las autoridades desafiadas e, inevitablemente, les genera el deseo de reprimirlo. “¿No es el humor una forma de enfrentar a la autoridad, de reducir la distancia entre los mortales y la majestuosidad, poniendo a la autoridad como mortal imperfecto, gente ordinaria y sin nada especial?”.
Samuel Schmidt, escritor y periodista mexicano especializado en política del país, asegura que dentro de la democracia el humor se convierte en la única forma de participación política por la cual la sociedad se opone al Estado. El autor de Política y humor: chistes sobre el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, dice que el humor busca destruir el discurso político y lo logra porque desconoce reglas morales y valores políticos, porque dice la verdad sin temor a las consecuencias y sin tratar de convencer.
En el libro La rebelión de la risa: El humor de la gente en la cultura americana, del historiador estadounidense Joseph Boskin, se explica cómo antes el humor era la base de la crítica social, pero, últimamente, el humor ha evolucionado hasta centrarse en los responsables de las estructuras del poder. Antes se separaban los procesos de los tomadores de decisiones y de las instituciones que los representaban. Hoy se ataca a un mismo frente porque se ha reconocido que son un mismo enemigo. Los “ja ja ja” son más profundos, más hirientes, más pensados… los “ja ja ja” son el lugar de resistencia ideal para un sábado por la noche.
LA RISA DEL PODER
“Es verdad, puedo ver Rusia desde mi casa”, podría haber dicho Sarah Palin en cualquier entrevista durante su campaña electoral como vicepresidenta de Estados Unidos, junto al republicano John McCain. Sin embargo, pese a que 14 millones de ciudadanos estadounidenses lo creyeran, ella nunca pronunció esas palabras juntas en sus discursos. Como si se tratara de “elemental, mi querido Watson” —una frase inexistente en los libros de Sherlock Holmes—, la cita salió de la boca de una extremadamente parecida (gracias a su caracterización y su caricaturización) Tina Fey quien en un sketch de Saturday Night Live, en el que aparecía junto a la entonces candidata demócrata a la vicepresidencia, Hillary Clinton, encarnada por Amy Poehler, transformó la imagen de Sarah con un simple sketch. La inspiración de Fey sería una entrevista que la Palin de la vida real dio el 11 de septiembre de 2008, dos días antes del estreno de la temporada número 35 del programa, en la que aseguraba que se podía ver Rusia desde ciertas partes de Alaska y así fue satirizada posteriormente.
Así, la graciosa línea de SNL transformó a la republicana en un ser cómico y de pocas luces que vería desde su ventana cómo Barack Obama ganaba las elecciones, cuatro meses y medio después. Consecuentemente, en una encuesta postelectoral, tras la victoria de Obama, se demostró que dos tercios de los votantes entrevistados reconocían haber sido influenciados a la hora de las urnas por la carga política del show y no es ningún secreto: el programa emitido en vivo desde el Rockefeller Plaza en Nueva York (grabado en el legendario edificio conocido como 30 Rock, en los estudios 8H, del octavo y noveno pisos) tiene la capacidad, desde hace más de cuatro décadas, no sólo de afectar unas elecciones presidenciales, sino de moldear la agenda pública de cualquier político.
SNL comenzó en la mente de Lorne Michaels y Dick Ebersol (de la NBC) en 1974,buscando un programa que permitiera al célebre conductor de late night, Johnny Carson, descansar los fines de semana. Para 1975, Michaels ya había encontrado un reparto talentoso de actores jóvenes que incluían nombres que después serían leyendas de la comedia, como Dan Aykroyd, John Belushi o Chevy Chase, y una idea que entusiasmaría a toda una generación de baby boomers inmediatamente. Una idea que recuperaba lo mejor del legendario teatro de variedades (vodevil) y usaba el sketch como su gran herramienta.
Así, un 11 de octubre del mismo año, Saturday Night Live comenzaría su larga saga con un monólogo que consistía en toda una declaración de intenciones, el tiro de salida perfecto. El responsable, el primer anfitrión, era el cómico contracultural y ateo George Carlin haciendo una de sus sátiras sobre Dios —bajo la influencia de cierto polvo blanco, tal y como reconocería años más tarde—. Ahí, la premisa era bastante clara, si te has burlado de lo más sagrado en tu debut, no hay nada que esté a salvo.
Como el siguiente paso natural, los políticos imitados comenzaron a desfilar por el estudio y, apenas un mes después, Chevy Chase se tiraba un vaso de agua a la cara tratando de responder a un teléfono interpretando al presidente Gerald Ford. Ron Nessen, entonces secretario de Prensa de la Casa Blanca, vio el programa y entendió inmediatamente su poder.
Así, dispuesto a limpiar la imagen tan dañada del mandatario por el caso Watergate y una cómica caída por las escaleras del Air Force One que lo hacía parecer un torpe, Nessen llamaría al programa para ser él mismo su primer anfitrión político. El 17 de abril de 1976, las famosas palabras “En vivo desde Nueva York, ¡es Saturday Night Live!” serían exclamadas por el propio Gerald Ford desde la silla del Despacho Oval, cambiando para siempre la forma de ver a los presidentes y su forma de interactuar con el entretenimiento. En la época, diversos medios criticaron el hecho de que el programa no tenía la dignidad necesaria para ser de importancia para un jefe de Estado, pero la intervención acabó ayudando enormemente a un presidente al que la prensa llamaba “Bozo el payaso” o “patoso en jefe”. No obstante, el daño ya estaba hecho y Ford sería derrotado por Jimmy Carter.
Ocho presidentes han pasado por la Casa Blanca desde aquel día y todos ellos, incluyendo sus rivales, equipos y asesores, han recibido su propio alter ego. Desde el histriónico George H.W. Bush de Dana Carvey hasta el Bill Clinton sureño y mujeriego de Darrell Hammond, pasando por el amigable Obama de Fred Armisen y Jay Pharoah, todo detalle o falla de un presidente ha sido magnificado por los guionistas de SNL, obligando a muchos de ellos a hacer referencias al show. Es el caso de George H.W. Bush, quien en una rueda de prensa llegó al punto de imitar a Dana Carvey imitándolo a él con un acento tejano exagerado. De esta manera, las agudas bromas se infiltran en la mente del gobernante como si hubiera sido él mismo el autor, confundiendo el humor con la realidad.
George W. Bush reconoció, recientemente, ante Jimmy Kimmel que él creía haber dicho la palabra “ strategery ” en vez de “strategy” hasta que en una cena con Lorne Michaels este le dijo que todo fue una invención suya para el imitador Will Ferrell. No obstante, la versión de Bush podría haber sido perfectamente cierta con la cantidad de lapsus que pronunciaba el tejano. De hecho, los estrategas de su administración fueron conocidos durante años en forma de broma interna como el “Department of Strategery” en la Casa Blanca.
Tanto es así que, después de Gerald Ford, han sido muchos los políticos que se han desplazado hasta el set para contrarrestar la sátira participando en una grabación como anfitriones. Al Gore, John McCain, Steve Forbes —insultado por la banda en vivo del programa Rage Against The Machine cuando colgaron dos banderas americanas al revés—, Rudy Giuliani o Donald Trump en dos ocasiones han aceptado la invitación para ponerse a la cabeza de un show y Hillary Clinton y Barack Obama han aparecido en sketches.
“Los presidentes se entienden a sí mismos como celebridades y algunas se piensan intocables, sobre todo en sus políticas. Es por ello que concentrar el esfuerzo en sus personalidades ha permitido que el pueblo encuentre empatía con algo que, a primera vista, entiende y celebra”, comenda D’Addario, consciente que el trabajo de los guionistas de SNL ha sido facilitar la risa al espectador.
Al fin y al cabo, para aparecer humanizado, el político debe demostrar que tiene sentido del humor. “Ochenta millones de personas vieron el debate, 130 millones de personas votarán y 50 millones todavía están buscando lugares para encontrar sus noticias”, argumentaba Dean Obeidallah a Politico en plena campaña Trump-Clinton. “Tal vez deben ser los cómicos los que hagan el trabajo que las cadenas de noticias han rechazado durante esta campaña”, aseveraba. Tras una emotiva despedida a los ocho años de Obama con la canción “To Sir With Love”, se quiso creer que noviembre de 2016 vería un milagro en forma de “efecto SNL” similar al de Obama que culminaría en una victoria de Hillary... todo lo contrario.
LA NOCHE DEL SÁBADO
“Hay mucha gente que me dice que el humor que hacemos es la mayor forma de resistencia, pero en mi caso, sólo me interesa entretener a la audiencia. Hubo gente que se me acercó después de las elecciones y me preguntó si yo me sentía responsable de que Trump hubiese ganado. Yo pensé que era una broma, pero me explicaron que yo lo había humanizado y no estoy de acuerdo. El objetivo es hacer reír a la gente y ellos me dicen que los ayuda a sobrevivir esta época terrible”, comenta Alec Baldwin, encargado de dar vida (y quitársela) a Trump.
“Hay algo que me impacta: Trump ganó, y sigue amargado y miserable, de la misma manera que lo era antes, y me intriga. De ahí parte mi interpretación. Hago de un hombre que se ve miserable pase lo que pase. Es cierto que siempre nos hemos obsesionado con todo aquel que llega a la Casa Blanca y también con quienes lo intentan y no lo logran…pero con Trump, desde el momento en que abrió la boca en el discurso inaugural, fue como que el aire se escapó de un globo”, continúa Baldwin apuntando hacia los guionistas de SNL como los artífices del resurgimiento del sketch y su fuerza como poder político.
“Los lunes tú llevas tus ideas a la oficina de Lorne, en la que estamos bastante apretados. Las bromas no cobran forma hasta el miércoles y cada risa dirá si debe salir o no. Los jueves escribimos todo y listo... es el cielo de los comediantes”, contaba Katie Rich, quien fuera guionista de SNL hasta su suspensión en enero, tras hacer un chiste en Twitter sobre el pequeño hijo de Trump, Barron, demostrando que la lucha era directa y había comenzado y no hay vuelta atrás.
Hoy, con Baldwin a la cabeza, queda claro que SNL, a pesar de continuar con su camino en el entretenimiento, es la plataforma para comprender el poder del humor sobre los poderosos y que la risa, al final del cuento, señala el camino. Al menos hasta que Donald siga divirtiéndose con el mundo...