La sala de trofeos de un campeón de F1
La Isla de Jersey tiene apenas unos 100,000 habitantes... Uno de ellos es Nigel Mansell, quien nos recibe a las 7:30 am. Al terminar de escuchar la primera pregunta y sin dejar pasar ni un segundo, el inglés abre los ojos un poco más de lo habitual y comienza a hablar sobre su más grande momento en el Gran Premio de México de Fórmula 1. "Lo recuerdo todo. Fue una carrera increíble, inolvidable, sobre todo al final. Tenía llantas viejas e iba tomando la recta cuando, de pronto, apareció en mi espejo un auto con humo saliendo de las ruedas que me trataba de rebasar por la derecha. Tenía que moverme a la izquierda porque, de lo contrario, los dos hubiéramos tenido un accidente".
El excampeón mundial de Fórmula 1 en 1992 pierde un poco la flema inglesa y se transforma en el "León", el apodo que siempre lo ha distinguido dentro y fuera de las pistas. "Me rebasó deslizándose, y pensé 'no es un rebase correcto, es hasta grosero'. Me enojé. Es muy raro que en un auto estés enojado porque siempre hay que estar calmado para mantener la precisión. Pero estaba enojado. 'Tengo que recuperar la posición', me dije; quedaba sólo una vuelta y me repetía 'la tengo que recuperar, la voy a recuperar'".
El momento al que se refiere el legendario piloto británico se puede encontrar en YouTube sin dificultad, en ese pálido color de las imágenes recuperadas de principios de los 90. "Gerhard (Berger) no me dejaba pasar, y saliendo de la peraltada dije 'sabes qué, lo voy a rebasar por afuera'. Así que tomé el volante con fuerza, me abrí hacia la izquierda y lo dejé atrás a unos 300 kilómetros por hora".
La alucinante anécdota ni siquiera sucedió en 1992, año del último Gran Premio de México, ganado por Mansell de forma brillante. Ni tampoco en 1987, su otra victoria, una carrera rarísima que se dividió en dos partes, en la que consiguió el triunfo por tiempo acumulado, aunque el que vio la bandera de cuadros fue su gran rival, el brasileño Nelson Piquet. Se trata de una de las maniobras legendarias de una de las épocas legendarias de la Fórmula 1, de esos momentos que trascienden incluso los resultados finales y los récords personales. Sucedió, en realidad, en 1990, en uno de los dos segundos lugares obtenidos por el británico en sus visitas a nuestro país. Lo más curioso: el famoso rebase no fue siquiera para ganar la carrear sino para terminar detrás del Ferrari de Alain Prost. Quizá eso provocó aún más que se tatuara en la memoria de quienes la recuerdan. Yo soy uno de ellos. Cuando me confirmaron que entrevistaría al "León inglés" estaba convencido que teníamos que hablar de la carrera del rebase. Sobre todo al haber estado en las tribunas del Autódromo Hermanos Rodríguez en cada una de las siete ediciones desde que volvió la máxima categoría del automovilismo a la Ciudad de México, en 1986.
Fue tal su resonancia que, por unos momentos, el protagonista no entendió lo que pasaba. "Cuando terminó la carrera tuve el sentimiento más extraordinario de mi vida. Los aficionados se habían vuelto locos y pensé 'quizá gané la carrera, tal vez Prost tuvo algún problema'. Cuando entré a pits, mecánicos, empleados y algunos pilotos llegaron a felicitarme y abrazarme. En serio pensé '¡quizá gané!'. Vi el carro de Prost y no entendía nada. '¿Qué pasó? ¿Por qué están tan emocionados?', pregunté. Me dijeron que nunca habían visto un rebase así. Fue increíble".
Fue el pináculo de la gran relación entre México y el piloto más exitoso en esos siete años que hubo Gran Premio en territorio azteca. Un romance que se forjó a sangre y fuego desde que puso un pie en el país. "Mi sentimiento hacia México es muy intenso. La primera vez que corrí ahí fue justo después del terremoto, en 1985. El presidente de México (Miguel de La Madrid) puso a nuestra disposición un helicóptero para llevarme del hotel al circuito, porque el tráfico era muy intenso. Fue una experiencia muy fuerte ver todo lo que había sucedido desde arriba. Me impactó mucho".
Eran los tiempos de la "inversión térmica" y la gasolina con plomo. Esos años en que nadie hubiera reconocido el significado de las palabras "Hoy no Circula". "Fue la primera vez en mi vida que utilicé oxígeno entre las prácticas y antes de la carrera. Algunos días estábamos bien y otros no tanto. La altitud, el smog... aclimatarse era la mayor dificultad. Y había que cuidarse de la comida porque, para un piloto, estar enfermo en una carrera puede ser muy problemático".
Al leer estas palabras, uno podría pensar que competir en México significaba una carga. Todo lo contrario. Para el "León", se trataba de un reto, como los que más disfrutaba. "Era una experiencia extraordinaria, me encantaba. El circuito era muy demandante, y la gente era increíble, aficionados de verdad, con un entusiasmo sin paralelo. Competir ahí no era fácil, pero era espectacular. Guardo magníficos recuerdos".
Realidades paralelas
En la actualidad, Nigel Mansell tiene 62 años y vive en un lugar completamente opuesto al que describen sus recuerdos. Se trata de la Isla de Jersey, una dependencia de la Corona Británica, al oeste de las costas de Francia. Es un lugar próspero, apacible. Un destino turístico con calles adoquinadas y veleros frente a la costa. El sitio perfecto para pasar plácidas horas de un merecido retiro.
Hay personas, sin embargo, que no están hechas para la tranquilidad. El llamado para la entrevista es muy temprano porque el excampeón de la Fórmula 1 tiene compromisos más tarde y acaba de llegar de un largo viaje. La cita es en la Fundación Nigel Mansell, donde el piloto tiene un museo consagrado a su carrera.
El lugar es pequeño pero lo que nos espera es una verdadera sobrecarga de información visual. Ahí están los dos coches de Fórmula 1 donde pasó sus mejores momentos: el Williams con el que ganó el título del mundo en 1992 y el Ferrari, al que acaricia como un hijo durante la sesión de fotos y al que le guarda un enorme cariño, ya que fue el último piloto elegido a mano por el mítico Enzo Ferrari, semanas antes de su muerte. En el lado derecho están todos sus cascos, que forman un mosaico de azul, rojo, blanco y negro. En el izquierdo, fotos autografiadas de deportistas diversos, que han pasado por la habitación. Y en la pared más grande, trofeos. Trofeos, trofeos y trofeos. Casi todos de primer lugar. En varias pantallas, distribuidas a lo largo de la sala, se proyecta un documental sobre su carrera en Estados Unidos.
Está claro que Mansell se siente orgulloso de su carrera... ¿por qué no estarlo? A diferencia de la mayoría de los grandes pilotos de su generación, el "León" llegó tarde a la Fórmula 1 y debió luchar toda su vida para ganarse el respeto de sus pares. "Algunos están destinados para tener apoyo siempre. Qué bueno por ellos, pero yo empecé sin nada. Llegué a la Fórmula 1 sin nada y tuve que ser el piloto número dos hasta los últimos cuatro o cinco años de mi carrera. Tuve que pelear cada centímetro, porque además, en esos tiempos la diferencia entre el segundo y el primer piloto era de un 30% o 40% de posibilidades de terminar la carrera. Era gigantesca".
Ya encarrerado, describe cuánto han cambiado las cosas de aquel espectáculo que vieron quienes asistieron al Gran Premio de México en los 80 y 90 a lo que verán los aficionados este 2015. Y lo hace con cierta nostalgia, y una anécdota. "Demasiada tecnología. La última vez que conduje un coche de Fórmula 1 fue hace 3 o 4 años. Fue muy extraño, porque hice seis arrancadas desde cero. Las primeras cuatro fue con la nueva tecnología y todo lo que hice fue apretar un botón. Y la diferencia entre una buena y una mala arrancada fue dos décimas de segundo".
Hace una pequeña pausa y sonríe antes de proseguir. "Llegué a los pits y les dije 'apaguen todas las ayudas eléctricas' y me respondieron 'es muy peligroso'. Yo sólo me reí y les dije 'así es como nosotros competíamos, ¿por qué peligroso?' Los convencí y, como en el pasado, agarré el volante con fuerza y cuando arranqué, las llantas giraron hasta sacar humo, el coche se sacudió, y yo tenía la sensación de estar luchando con el coche hasta que '¡whaaaaaaargh!, ¡arrancó!'. Volví a los pits y los mecánicos estaban encantados. Así es como lo hacíamos antes".
El gran regreso
Durante la entrevista, Mansell despliega la típica flema inglesa, responde a las preguntas con calma y con buen humor. Con pocos aspavientos. Pero, de pronto, su voz se anima y en sus ojos brilla la chispa que generó su apodo de "León" y propició rivalidades con varios de los pilotos más importante de su generación. La más importante, con el brasileño Nelson Piquet, pero también con Alain Prost e, incluso, con Ayrton Senna, con quien tuvo una bronca que casi llegó a los golpes en 1987, aunque después se reconciliaron.
Nigel fue un piloto apasionado, dentro y fuera de las pistas, ¿a quién considera como su heredero en la parrilla actual? "Buena pregunta. A veces, sólo a veces, como corredor, a (Lewis) Hamilton. Fernando Alonso también, cuando tiene un coche de buen nivel. El problema actual de los pilotos es que han sido limitados, porque la tecnología no los deja demostrar su brillantez, salvo que todo sea perfecto... Sebastian Vettel, creo que él es el que más. ¡Me gusta mucho Vettel!"
Y una vez en el tema, el ex campeón del mundo sigue en línea recta para analizar el estado actual de la Fórmula 1. "Hace años, el factor limitante era el piloto. Él era quien tenía la habilidad de paliar las deficiencias de un coche. Debía conducir de un cierto modo para tomar las curvas lo más rápido posible, y eso requería una gran fuerza física, además, porque el coche te puede hacer cosas muy malas. Podía haber accidentes brutales. Por suerte, por la tecnología, ahora no existe esa ansiedad, ese terror de que si te sales de la pista te puedes matar. Eso es muy bueno, pero también ha quitado individualidad a los pilotos. El mejor de la parrilla puede quedar en el lugar 12 o 15. Necesitamos encontrar un equilibrio".
Y eso lo lleva a hablar del principal acompañante de los pilotos de su época, el que se llevó a varios de los mejores talentos de la máxima categoría del automovilismo hasta hace muy poco tiempo. "Mis peores momentos siempre estuvieron relacionados con la muerte. Cuando perdimos al gran Colin Chapman fue terrible. Y después me tocó estar detrás del accidente que se llevó a mi amigo, Gilles Villeneuve, y vi a muchos otros más morir. Y después, mis propios accidentes, me rompí la espalda tres veces, las muñecas también. En aquel entonces, uno podía sentirse afortunado si se retiraba en una sola pieza. Cada año había cuatro o cinco pilotos que no podían volver por haber tenido incidentes".
Desde que vio la bandera a cuadros aquel 22 de marzo de 1992, Nigel Mansell no ha vuelto a poner un pie en México. Son 23 años de ausencia, que el piloto más icónico en la historia reciente de la competencia no puede esperar para romper el próximo 1 de noviembre. "Me imagino que la ciudad habrá cambiado después de tanto tiempo", afirma entre risas, "pero me imagino que va a ser una gran experiencia, como siempre que he estado en el país. Tengo muchas ganas de volver".
Sobre la carrera misma, tiene pocas dudas de que el primer lugar del podio volverá ser ocupado por un piloto británico. "Creo que será una carrera fantástica. Siento que para ese momento el campeonato estará ya a punto de decidirse y Lewis Hamilton estará listo para hacer el trabajo. Su coche es confiable, no ha cometido errores y ha tenido la suerte que le ha faltado a (su coequipero) Nico Rosberg. Espero también que Ferrari sea rápido y que ponga las cosas más parejas. Sin duda los aficionados se van a divertir".
Y, antes de despedirse, tuvo palabras cariñosas también para el único piloto mexicano de la competencia, Sergio "Checo" Pérez, que correrá por primera vez en el país desde que llegó a la máxima categoría del automovilismo. "Va a ser excitante para él correr frente a su público. Es un piloto que me gusta mucho. Ha tenido grandes carreras en el pasado y creo que en las condiciones correctas, con el equipo correcto, podría pelear incluso por el campeonato mundial en el futuro".
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