A Iñárritu le gusta el jazz
Mi historia con Alejandro González Iñárritu es como un círculo que se cerró ahora que hicimos Birdman”. Con esta claridad inicia la plática Antonio Sánchez (Ciudad de México, 1971), baterista de jazz afincado en Nueva York y miembro del reconocido Pat Metheny Group.
“Es una historia cuyo origen se remonta a los años en los que todavía vivía en México y tocaba con grupos jóvenes de rock...”, continúa Sánchez. Por aquel entonces, Antonio no había empezado aún sus estudios de piano clásico en la Escuela Superior de Música de Bellas Artes. Tampoco había dado el paso de mudarse a Berkeley a estudiar batería. Lo que sí había hecho ya era decidir que todo lo que quería en esta vida era manejar un par de baquetas todo el día.
“A los cinco años descubrí la batería en casa del hermano de la novia de mi tío, Fito, baterista de La Banda Elástica —recuerda—. Verlo tocar causó una gran impresión en mí y de inmediato supe que aquello era lo que quería”, afirma Antonio, quien, animado por una madre roquera y por el ejemplo de su abuelo, el actor Ignacio López Tarso, creyó desde niño que era posible vivir de lo que a uno le gusta.
Gracias a su convicción, hoy en su palmarés lucen tres Grammy ganados junto al guitarrista Pat Metheny (fan de Amores Perros, cuya narrativa imitó en The Way Up), y otro con el saxofonista Michael Brecker. También puede presumir de haber tocado con nombres de la talla de Chick Corea —miembro de la banda de Miles Davis—, algo improbable si no se hubiera mudado a Estados Unidos, ya que, según dice, “en México el techo es mucho más bajo y en tres años topas con él”.
Pero volvamos a sus inicios, a esos años en los que cada mañana y cada noche manejaba por la Ciudad de México con el 96.9 FM sintonizado en la radio. Fue gracias al programa que Martín Hernández y Alejandro González Iñárritu tenían en esa estación que Antonio descubrió mucha de la música que le marcaría de por vida, incluida la de su futuro compañero Pat Metheny. Y fue gracias a este último que, años más tarde, Antonio conocería a Martín y Alejandro.
“En 2002, yo estaba en Los Ángeles porque íbamos a tocar en el Universal Amphiteatre, cuando Pat me dice que van a entrevistarlo por el próximo concierto del grupo en el Teatro Metropólitan de México y que quiere que le ayude. Ya en el cuarto de hotel de Pat, entra el periodista y se presenta como Martín. Le escucho atentamente, reconozco su voz y de pronto caigo en cuenta de quién es. Le cuento que soy fanático suyo, que siempre escuchaba su programa y nos hacemos amigos. Lo que no sabía es que, esa misma noche, en el after del concierto, se me iba a acercar un individuo para decirme:
–Bueno, pues Amores perros, 21 gramos...
Entonces entendí que era Iñárritu, empezamos a cotorrear y descubrimos que teníamos muchísimo en común musicalmente. A partir de aquel día nos hicimos amigos y nos empezamos a ver siempre que yo iba a Los Ángeles”.
Después de aquel día, todavía tuvieron que pasar 11 años para que sonara el teléfono y la voz de Alejandro pronunciara: “Estoy pensando en mi próxima película y se me está ocurriendo que el soundtrack sea pura batería. ¿Le entras?”. Sin duda, una pregunta retórica.
Iñárritu le mandó el guión a Antonio para que lo leyera y empezara a grabar demos, pero cuando el director se reunió con él en Nueva York, el músico se dio cuenta de que no iba por buen camino. Estaba grabando cosas muy planeadas, y lo que Iñárritu quería era algo orgánico, intuitivo. Así que el director le hizo imaginar una escena de la película y empezar a improvisar. Grabaron varias pruebas, Iñárritu se las llevó a Los Ángeles y, cuando el filme estuvo semiterminado, se juntó con Martín Hernández para poner el sonido contra la imagen. Entonces, Antonio viajó a California y usó ese material para improvisar la actual banda sonora de Birdman.