¿Periodismo ciudadano?
Llevo años escuchando sobre la muerte del periodismo. Epitafios. Epílogos. Que Internet se acabó y que Internet nos devoró. Pues no. Resulta que está más vivo que nunca ¿Por qué? Porque ahora cualquiera se cree periodista. Lo repito: en estos tiempos, cualquiera se cree periodista. Desde un blog, Facebook o Twitter. Desde su teléfono inteligente con el que captura la imagen antes que cualquier reportero simplemente por que estaba allí y se convierte en testigo.
Algunos incluso le han puesto nombre a esta tendencia: “periodismo ciudadano”. Y yo no creo en ese periodismo ciudadano . Que cualquiera pueda dar una noticia porque pasaba por allí, no significa que este preparado para ejercer. Alguna vez dije en público que “el periodismo ciudadano es el chismorreo de toda la vida perpetrado con un smartphone”, y me crujieron en Twitter. La Red dictó sentencia: Sistiaga era un tipo de la casta. De la casta periodística, quiero decir. La de los privilegiados, dijo alguno de esos tuiteros, Los “periodistas ciudadanos” que leyeron la declaración se sintieron agredidos y, como no son periodistas, respondieron. Con toda su libertad de expresión, claro. Y se indignaron. E insultaron. Lo cual demuestra que, o se es periodista, con nuestras reglas, códigos, normas y controles, o no se es periodista.
A nuestro oficio le queda mucha salud, así que no entiendo al orfeón de agoreros que vaticinan que se acabó. El periodismo mutará, nos resetearemos, lo haremos con otras herramientas, pero se hará porque es necesario. La inmediatez en la trasmisión que proporciona la tecnología y la fuentes inagotable de información que son las redes sociales, dinamitaron el periodismo tradicional. De acuerdo: ¡boom! Estamos en otro paradigma y todavía, en estos tiempos, no hay un solo gurú que sepa cómo hacer rentable un medio en Internet. Y mientras alguien encuentra la fórmula para que los periodistas vuelvan a trabajar con salarios dignos en medios serios, hay que seguir haciendo periodismo. Del bueno, insisto, no del ciudadano.
Me explico: no puedo confiar en alguien que no conozco y cuelga un video de un político tomando tragos en un tabledance. Porque me pueden engañar. Y no se debe contar sólo porque otros, con menos escrúpulos, ya lo estén haciendo. Será mejor comerte la noticia a ser manipulado. Yo no debo creerme un tuit lanzado dende el corazón de Siria diciendo que hubo 65 muertos en un bombardeo de las tropas de gobierno. Tengo que verificarlo. Tengo que contrastarlo.
Todo cambia, y la gente tiene acceso a múltiples vías de información, pero no hay que creerlo todo. Y ésa es la diferencia entre periodistas y ciudadanos que quieren contar cosas. Que nosotros debemos tener la profesionalidad para cuestionar todo. Debemos tener la obligación de interrogar a las fuentes, de verificar su fiabilidad y la habilidad para ir encajando la piezas. Para un ciudadano, algo que ocurre en ese momento, ocurre en ese momento. Pero si el periodista tiene el resto de los datos y la capacidad de análisis puede componer todo el mosaico. Podemos relacionar hechos que parecen dispersos, pero que tienen sentido una vez juntos.
De eso se trata el periodismo ahora, de utilizar la tecnología y las redes sociales como nuevas herramientas de trabajo. Habrá que cambiar para seguir haciendo el trabajo de informar y denunciar, que es el ADN del periodismo. Habrá que dejar de enseñar la objetividad en las facultades y sustituirlas por honradez, honestidad, honor o credibilidad. Habrá que replantearse la figura del corresponsal, y determinar si sigue siendo necesario tener una mirada propia o es mejor ahorrar costos. Deberían crearse, como en Estados Unidos, periodistas especializados en casos de corrupción. Pero este bendito oficio de información seguirá siendo muy necesario.