Manejo, luego existo
No se puede explicar la personalidad o la fe en un hombre, su orgullo o su vanidad, su trascendencia, su talento o sus aspiraciones, entre otras cosas, si no hay un auto (o varios) en su vida. Un coche es el reflejo de su inventor y luego, de su dueño: si es caro, se nota; si está sucio, se nota; si es barato, se nota; si no es tuyo, se nota; si te ves bien, se nota; si te viene fatal, se nota; y si no hay interés en los coches, se nota.
Los autos despiertan la ambición: uno nunca está conforme y entonces deseas uno mejor, más rápido, con piel en los asientos que evoque una caricia femenina, con un motor más feroz, con unas líneas excitantes. Siempre se quiere más y más y más, y uno mejor o gro más rápido. Los amantes de los autos no le llaman "ambición", le dicen "saber lo que quieres".
"El cliente puede elegir el auto del color que quiera, siempre y cuando sea negro", dijo Henry Ford. No sé si tenga razón, aunque mi coche es negro y, sin ser un apasionado de los motores, mis autos siempre han sido negros. Estoy seguro de que el color describe el momento de la vida en que lo compras: un joven adquiere uno gris para ir a toda velocidad; un adulto contemporáneo, uno negro por aquello de la sofisticación; uno rojo es apasionante para los cincuentones y sesentones, que buscan un segundo aire en el descapotable; un color clásico en un auto clásico es para todas las edades y sentimientos.
Aunque la pasión por los coches llega a tener un tono misógino. Las comparaciones entre ese objeto del deseo de cuatro ruedas y las mujeres sobran en la teoría del automovilismo. Recuerdo quella campaña misógina de MG en 1984 que decía: "un auto familiar es como una esposa; un auto deportivo es como una amante". Desde siempre, la mujer y la innovación automovilística van de la mano. Se compara a una mujer con un auto sin cortapisas ni políticas correctas.
"Es más allá del arte", me dice un espero en cueto ruedas, "¿Más que un orgasmo?", le pregunté. "Sí", respondió con la mirada pérdida, hierática. Enzo Ferrari, prominente miembro del olimpo automovilístico, dijo que "los autos son como las reinas de belleza, se marchitan enseguida". Supongo que habrá autos interruptor, con aceleración precoz o con vasectomía en los inyectores. Un día le preguntaron a Jay Leno, conocido coleccionista, por qué tenía tantos coches. Él contestó: "Por economía. Es más varado tener 20 coches y una sola mujer que tener 20 mujeres y un solo coche". Una mujer amante de los autos, ¿nos compará los hombres así tan tajantemente?
Los autos nos dan seguridad, confianza. Tal vez lo que no se es, se consigue manejando un coche a alta velocidad. Lo que nuestro talento no alcanzó en el espíritu, lo consigue tomando un auto con clase y poder. Tal vez tengamos un cuerpo de Volkswagen, pero sintamos el espíritu de Ferrari y con eso basta para ir con la frente en alto por la vida.
"El coche es una silla de ruedas", decía Nicanor Parra. ¿Fuerte el razonamiento, no? ¿La incapacidad se muestra en la pasión por los coches? ¿O es que acaso Parra se equivoca y el coche es una extensión de nuestras capacidades?
Muchas mujeres son hechizadas por una buena máquina. Lo mismo los hombres. Aman el turbo, el convertible, el lujoso, el aventurero, el deportivo. Se aman a los que saben manejar, a los que saben a dónde ir. A los que no chocan y a los que excitan al volante. El peor escenario es cuando se quiere impresionar a alguien desde el volante del coche, y ese alguien, lejos de hechizarse, dice sobre el que maneja el auto: "No es tubo, estorba".