La perfecta admiración
Piernas, ojos labios, voz, inteligencia, carácter, personalidad, talento, seguridad, humor, carisma... podría acabarme el aliento en la lista de cualidades que puedo encontrar en una mujer.
Desde que era joven, siempre me gustó celebrar la belleza femenina: tal vez a mis 11 u 12 años, coloqué en mi cuarto el póster de unas porristas de futbol americano, con esos uniformes sexys tan famosos hasta hoy día.
Frente a los ojos de mis papás, esa imagen no era más que un obsesivo interés de su pequeño en el tema deportivo. Un par de eneros después, ese espacio en la pared fue conquistado por Daisy Duke, con sus cortísimos shorts de mezclilla y una inolvidable blusa roja, recostada sobre el poderoso General Lee (con sus primos Bo y Luke a un lado, para distraer de nuevo al enemigo).
Mi vida no cambió tanto después: sin importar el lugar — universidad, cine, fiestas, bodas, bautizos y hasta funerales —, en mis pensamientos siempre estaban ellas. Es ahí, precisamente donde radica la perfección de una mujer para un hombre: en su habilidad para captar toda nuestra atención y admiración.